martes, 29 de diciembre de 2015

La llorona

Y yo que me creía más dura que Terminator. Si no uso delineador es de puro vaga, no porque tema que se me corra. Vaya a saber si tiene que ver con el cansancio de fin de año, la emoción, la impotencia de no poder revertir ciertas cosas (suena mal, ¡pero la siento!) la cuestión es que de a poco y sin que me diera cuenta, me convertí en UNA LLORONA. En situaciones varias y con mis tres hijos. Pero sobre todo cuando Tati está involucrada.

Quisiera contar el colmo de los mocos. Hace poco armamos una salida grupal con Tati y tres amigos de teatro. Fuimos a ver la función distendida de Shrek. Función distendida, es una iniciativa de The Stage Company para que las personas que a veces se pierden la oportunidad de ir al teatro por temas sensoriales o dificultad por adaptarse a ciertas normas, puedan disfrutar a gusto: no se apagan las luces ni se usa un volumen demasiado alto, se tolera que los espectadores se muevan y aplaudan o griten cuando les surja, en lugar de haber un intervalo se reduce a la obra a una hora y media para que la audiencia se la banque mejor. Y la verdad, funciona de maravillas. Shrek, bueno calculo que la conocen, es como la película,  ¡de lo más cómica! Pero en vivo y… mi papel fue patético.

Me emocioné cuando bajamos del auto y vi quienes estaban en la vereda. Era como estar en Planeta Tati: podía reconocer algún rasgo suyo en cada uno de los pibes. Uno aleteaba, otro tenía una miradita perdida, otro híper excitado de ver un cartel verde luminoso.

Se me pusieron los ojos brillosos cuando nos invitaron a entrar: el acomodador en lugar de mirarnos con cara de extrañeza (o de ojete), sabiendo de qué venía la función nos invitó pasar con una sonrisa. ¡Imaginate!

Me contuve cuando los chicos se sacaron una foto juntos al lado del cartel de la obra. Solo pensar en que hubiéramos logrado una salida con amigos, me provocó una tremenda emoción.

En un segundo Tati salió disparada para la otra punta. La atrajo otro afiche que estaba justo atrás de… ¡Eleonora Cassano! (sí, la bailarina famosa) Yo no sabía que manejar primero, si mi cholulismo o a mi hija que quería abalanzarse sobre el cartel. Opté por lo más seguro: atajé a la piba mientras ¡Eleonora me preguntó si necesitaba algo! Y no me estaba ofreciendo un autógrafo sino una mano…. ¿Aclaro lo de mis mocos?

Levantaron el telón y a los chicos se les iluminó la cara. ¡Buahhhh!
No los quiero aburrir. Faltaba que llore cuando eructaban a coro Fiona y Shrek y estaba lista.

Terminó la obra. Por si la reponen y alguno quiere ir  a verla, aclaro que los actores y la puesta en escena son un lujo. Para rematar mi estado sensiblero, la compañía de actores agradeció la oportunidad de abrir el teatro a TODOS, ofreció un aplauso al público y ya no me acuerdo que más, porque a esa altura mis sollozos hacían coro con los de las mamás de los amigos de Tatu.
¿Y los chicos? Se cagaron de risa, olvidate.

Me pregunto si lo que nos transforma es el tiempo, las circunstancias o qué cornos. Es cierto que, como dice mi vieja, en esencia las personas no cambian. No sé si ser de lágrima seca era parte de mi esencia. Quizás era solo que las tenía más guardaditas al fondo a la izquierda, como tantas cosas que uno a veces tiene dentro y no deja fluir hasta que la ocasión se da. Puede que en un tiempo me endurezca otra vez, o no. Pero en diciembre y por las dudas, no pienso ver ni la familia Ingalls, aunque la reestrenen en HD.

lunes, 14 de diciembre de 2015

El nene no ME come… (versión TEA)

Las mamás del planeta “Dis” tenemos la mala costumbre de hablar de nuestros hijos en primera persona.

Sí. Suena raro. A mi terapeuta le saca canas verdes, es una muestra clara de que una no separa bien lo que es de cada cual. Pero, cuando no se procesa desde el inconsciente al fluir de la palabra, salen frases de este tipo:

ME quedé sin colegio”—léase: mi hijo se quedó sin colegio, pero la que va a tener que recorrer los cien barrios porteños en búsqueda de una institución, lo va a tener que sostener en casa y organizarle la vida mientras tanto, soy yo.

ESTOY desorganizada”— léase: el nene no tiene sus actividades organizadas aún, lo cual lo tiene súper inquieto y estoy corriendo atrás de él todo el día.

ME miraron con esa cara de mierda”—léase: al nene lo miraron con una cara espantosa porque estaba portándose de manera peculiar. O me la fumo yo o le pego un bife al desubicado y me llevan en cana.

“No NOS invita un mísero amiguito a jugar a la casa”—léase: al nene no lo invitan sus compañeros, lo cual a me duele en el alma, aunque a él puede que le importe un pepino…o no. Al margen: si está integrado y no hay uno que haga el intento de invitarlo, ¡lo más deprimente probablemente sea el grupo!

En terapia insisto en que tengo clarísimo que los hijos y su madre (o sea yo—y no me vengan con que porqué hablar de tu hijo en primera persona y de una misma en tercera, porque no quiero encarajinar la cosa más de lo que está) somos personas separadas, pero este uso idiomático, entre afines, no se cuestiona. En el fondo sé que no es de lo más saludable. Digamos que es como el uso excesivo de hisopos, uno sabe que no es el ideal, pero si tomás la costumbre y lo tenés a mano le das sin asco. ¡No por eso te querés perforar el tímpano!
Puede que sea que las mamás nos apropiamos un poco de lo que les pasa a los chicos.

Quizás sea que le ponemos voz al que no tiene y lo hacemos desde un “yo”.

Cuando advierto estoy cayendo en este uso idiomático, trato de corregirlo. Por un lado, para no sentir que estoy pagando mis sesiones de terapia en vano, que bastante me cuestan. Por otro, por respeto a Tati, que ya está entrando en la adolescencia y convengamos que es una etapa donde los hijos no quieren estar tan ligados a la madre, ¿no?

Ahora bien, si estoy hablando entre madres y una me cuenta de su última visita con el nene al pediatra:

“El tipo ME quería rajar del consultorio, cero paciencia, cara de culo…con ese médico ¡no ME atiendo más!”, me olvido de la persona en que relata sin ninguna culpa y le contesto. “Que se vaya al carajo, ¡BUSCATE otro!”

martes, 8 de diciembre de 2015

Mi hijo, el más buenito

Cuando salta en la conversación el autismo de Víctor, normalmente sigue una mini-cátedra sobre lo que significa esa palabra. Trato de no hacerlo, pero finalmente termino ejecutando el cassette de introducción al TEA: “El autismo no es una enfermedad, es un trastorno de espectro, eso significa que abarca muchísimas cosas y por lo tanto no hay un individuo con autismo igual al otro. En el caso de Víctor…” bla bla bla. Paso entonces a comentar sus dificultades y sus talentos, trato de explicar por qué se dan esas dificultades y algunas de las cosas que tiene que lidiar diariamente cuando se enfrenta al mundo, etcétera.
Será que exagero demasiado sus dificultades o llegan amplificadas a las otras personas, porque cuando finalmente lo conocen, suelen largar frases del tipo “¡Pero se porta re bien! ¡El mío estaría haciendo un escándalo!” (lo que me lleva a pensar que quizás las madres en general sí, seamos un poco exageradas en cuanto al comportamiento de nuestros hijos).
Últimamente pareciera que pusimos tanto empeño en que Víctor se comporte de manera tranquila en lugares públicos, que la situación de la madre yéndose del lugar pidiendo perdón repetidas veces  con su hijo en brazos llorando encaprichado, resulta ser la contraparte neurotípica, cuando antes éramos nosotros quienes jugábamos ese papel. No es que seamos mejores madres y por eso fuimos bendecidas con niños que se comportan bien (que tampoco es así siempre, ellos también tienen sus días malos donde nada los consuela), tenemos mucha bibliografía y profesionales ayudándonos, tenemos un montón de kilobytes de texto consultado en internet, tenemos la bendita rutina y en nuestros bolsos de mano un kit de emergencia para cortar la ansiedad de nuestros hijos antes de que explote (en serio se siguen sorprendiendo que siempre “justo” tengamos globo o un pequeño juguete en la cartera en las salas de espera, colectivo, etc?). A veces de tanto hablar del autismo de nuestros hijos se nos pasa hablar de la infancia de ellos. Todos los pibes tienen sus dias de rabietas, días de colaborar y portarse bien (¡y nosotros también!). La diferencia con nuestros peques es que ante tanta frustración diaria, las explosiones de carácter suelen ser más seguidas, lo que nos lleva a los padres a pensar en una manera eficaz de reducirlas, anticiparnos a ellas, para ser todos un poco menos desgraciados.
Ante estas situaciones muchos padres me tiran el “¡Qué buenito que es!” con un dejo de envidia buena. La misma envidia buena que a la vez siento cuando veo neurotípicos portándose “mal” y haciendo travesuras, disfrutando de su infancia, mientras el nuestro aprendió a controlar sus ganas de gritar y correr por todos lados dibujando o jugando con el celular. Del “Perdonen, es que tiene autismo, le cuesta esperar” al “¡Señora, controle a su neurotípico!” a veces simplemente elijo un término medio en el espectro de la saludable hinchabolez infantil y le digo que no hace falta que se siente quietito al lado mio si tiene ganas de ir a corretear maleducadamente por el pasillo hasta que nos toque el turno, total él es buenito y cuando lo llamo “Victor!” viene sin protestar.

martes, 1 de diciembre de 2015

Las locas fiestas de 15

Todos tenemos nuestros rayes y obsesiones. Los que tenemos “habilidades sociales”, los disimulamos. Los que no los exponen ante la mirada reprobatoria del resto.
Fue el cumpleaños de Tati. Festejó con otros seis amigos adorables. Cada uno lució sus manías a gusto. Visto desde afuera parecía ser un festejo de locos. Yo que lo viví desde la idea, puedo dar fe de que lo era.
En una imagen general parecía un conjunto de soledades donde cada cual jugaba su juego. En una segunda mirada, podría hablarse de una conexión menos convencional pero más sincera, donde el abrazo no está dado cuando alguien llega o se va, si no cuando se les da la gana. Lo mismo que la palabra, la sonrisa, el aplauso, el salto.
No soy lo que se dice la “reina de los festejos”, por lo que el trajín de la fiesta me dejó mareada. Las ideas dieron vueltas como si hubiera tomado alcohol en vez de coca light, y de a poco me cayeron algunas fichas.
Pienso en cada uno de los chicos, sus diferencias y manías. Y tengo tantos conocidos con obsesiones similares, pero no patológicas, no no. Disimuladas y adaptadas.  

Rodri fue el primero en llegar al festejo. Salvo en momentos muy breves pasó la fiesta preocupado y ocupado por comer. Moverse no es lo suyo, salvo las flexiones de codo para arrimar comida a la boca. Su saludo vino acompañado por:
“¿No me traen un sanguchito o algo acá?”
Rodri tiene un tema raro con la comida…¿no?
Mi amigo Diego jamás diría semejante barbaridad. Pero es de los que en una fiesta calculan para no perderse un bocado de la recepción. También de los que deja de bailar un par de canciones antes de la tercera tanda para llegar primero a la mesa dulce “eso de andar empujándose por los crepes de dulce de leche, no da”.

Pedro se acerca a Tati, se le pone frente a frente. Sonríe a medias y se aleja. Pasa del centro de la pista al rincón más alejado. Aunque está en una esquina, no se le escapa detalle de la escena. Mi amiga Maru, que vino a decorar el salón de puro amorosa, se arrincona con él y le da charla. No soporta verlo distante. Para Pedro tal vez sea la distancia justa.
Pobre Pedro, quedarse ahí solo, mirando…
Recuerdo hace poco, en una fiesta de 15 a la que me invitaron, un grupo de 7 pibes se sentaron en un sillón, lejos de la pista de baile. Se dedicaban a chatear, buscar fotos y dar likes. El tiempo se les pasó volando. Cada uno en su pantalla.

Sofía quiere bailar. La música y su “jean cómodo” —frase que repitió como cuatro veces —son suficientes para que no deje de sonreír. Está atenta a la puerta de entrada. Quiere que la cierre. Cree que eso le garantiza quedarse bailando un rato más. La fiesta dura dos horas. El tiempo suficiente para que cuando su papá la venga a buscar, acepte ponerse el saco y se vaya con la alegría que llegó.
Qué loca esta Sofía repitiendo lo del Jean cómodo, ¿no?
En el fiestón que les contaba, Camila estrenó unos tacazos. Le hacían doler, pero le quedaban preciosos con su vestidito ajustado. Fue a mirarse al espejo del baño como unas cuatro veces con alguna testigo que reafirme “estás diosa”. Al cabo de 8 horas de fiesta, sus esfuerzos por disimular el dolor ya no servían de nada. Cuando su papá la pasó a buscar, se fue con una cara de culo que ni les cuento.

Lucas pasa de armar coreografías y que los demás lo sigan, a corretear al hermanito de Tati como Tom y Jerry.  Debe ser porque tiene síndrome down.
¡Habrase visto un varón con actitudes que pasan de la madurez a la infantilidad absoluta de un segundo a otro!

Maia, con esas pestañas de película, se acerca al fotógrafo e intenta manotear la cámara. Es seductora y decirle que no, se complica. La convencemos con un bailecito y acepta volver a su rol de modelo.
A quien se le ocurriría avanzar sobre su ídolo, ¿no?

Clara parece Floricienta. Es un despliegue de desfachatez. Posa, gira. En un momento queda culito para arriba y deja ver una bombacha tan colorida como toda ella. Eso dentro de un espacio de 10 personas donde vale todo.
Pero Clara, ¡no se anda mostrando el bombachón por ahí!
Las amigas de la quinceañera se calzan el minishort con media nalga al aire. El escote hasta el esternón y el pupo al viento.

Y Tati, la cumpleañera, hermosa e impecable, se mueve en terreno propio. Cuando quiere, se sienta en el piso. Mira las luces girar de cerquita. Baila. Hace rondas. Se acerca a Pedro, se deja abrazar por Clara y se agarra de la mano de Lucas. Corretea. Come con placer, tranquila de que siguió perfectamente la consigna de ser la princesa del baile y pasarla relajada.
Yo, en cambio, atenta y esperando no sé que más, me estreso y quedo agotada.
A la noche, al rato de haberla acostado le voy a  dar un beso convencida de que está dormida. Ella larga una risita, como si fuera su resaca de la fiesta. Después descansa como un tronco.
Esa noche yo no duermo.
Tanta locura me hizo pasar de rosca.
Está claro de donde viene el raye.